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«Madrid 12-11-03. Espacio urbano, tiempos cotidianos»

Realización: Zaván.
Cámaras: Diego Asensio, Silvia González, Guillermo Matamala, Susana San Frutos, Pablo Suárez, Ramiro Tenorio, Pablo Useros, Jens Vandensdriessche.
Música:Inconexia .
España
color
2003-2006
70 minutos.

A grandes rasgos, es un documental sobre Madrid, que tiene la peculiaridad de haber sido filmado sin un guión previo y en tan solo una hora. Ocho cámaras parten de un mismo punto de la ciudad una plaza, la del Carmen, en el centro de Madrid y siguen diferentes e improvisados trayectos. Tienen que grabar todo aquello que se van encontrando, con la única condición de no detener las cámaras hasta que la cinta o la batería se termine.

Así, son ocho miradas prestadas, distintas, las que nutren el montaje. Y esto es lo primero que distingue Madrid 12.11.03 como documental. A diferencia de otras filmaciones sobre ciudades, no hay un guión previo como sí lo hubo en Berlín, sinfonía de una gran ciudad, ni metáforas ensayadas como en A propósito de Niza, ni preparación de escenarios como en El triunfo de la voluntad. Toda la intención tiene que trasladarse, pues, de la cámara al montaje, y el montaje, tanto de la imagen como del audio, es cautivo de la misma condición que las grabaciones: mantener la sincronía. En este aspecto no hay concesiones: el tiempo de la película es todo lo real que puede ser el tiempo marcado por la convención del minutero.
Estas reglas del juego, sin duda, afectan al ritmo de la obra. Hay momentos en los que parece que todo pasa. Por ejemplo, cuando un hombre intenta vender una cámara robada, al mismo tiempo que unos manteros corren entre los coches, huyendo de la policía, y el metro llega a su estación.

Todo ello quiere ser mostrado, pero las condiciones de montaje obligan a sacrificar algunas partes en beneficio de otras. Por contra, en otras ocasiones parece que no ocurre nada una calle como tantas que ya hemos visto antes, unos coches pero ni una mirada especial, ni una anécdota, ni una imagen curiosa en la que entretenerse. También ahora el montaje debe sacar el máximo partido al material del que se dispone. Alguno de estos «intermedios» se aprovecha para mostrar las ocho cámaras y recordar que todas están grabando a la vez. El audio se trabaja por separado de la imagen, aunque luego ambos son revisados y puestos en común. El hecho de que muchas veces sea ajeno a la imagen que acompaña hace que tome precisamente por ello un protagonismo inusual. El sonido, libre de la imagen, modifica esta, le presta contextos que no son el suyo y a veces incluso la explica. Por ejemplo, la secuencia en la que el sonido hace que metro, autobús, coche y moto compitan en una misma lucha por ganar el tiempo. Pero además de esas cortapisas voluntarias, hay otras ajenas al proyecto. La participación de personal y material no profesional da a la parte técnica un aspecto deficiente. Todas estas limitaciones, tanto las conceptuales como las técnicas, la convierten claramente en una película de montaje.

El resultado es un bombardeo de imágenes y sonidos, un mosaico arrítmico en el que las piezas no encajan siempre como debieran. Pero quizá esto es lo que más acerca Madrid 12.11.03 a aquello que entendemos por realidad. Gracias a ella tenemos el privilegio de ver el tiempo mientras transcurre un tiempo pasado e irrepetible; de observar la ciudad describiéndose a través de voces y gestos improvisados; de ver cómo Madrid y la puta (y el obrero, y el afilador) no pueden ser la una sin la otra. El privilegio de mirar a través de unos ojos que no son los nuestros.